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El cerebro de los músicos y los no-músicos: diferencias en el procesamiento musical


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Los investigadores se centran en el estudio del procesamiento de tonos, ya sean puros o generados por un instrumento, pero la música es mucho más que eso. Parece lícito pensar que los actuales experimentos que tratan la percepción de dichos tonos nos pueden llegar a informar acerca de las diferencias funcionales entre cerebros de músicos y no-músicos. Sin embargo, la música empieza a llamarse así desde el momento en que se organiza de manera más compleja. Esto conlleva que un conjunto de notas formando acordes, que tienen su ritmo local (distancia temporal entre tonos) y su métrica global, hacen que una pieza suene como una marcha o una polonesa. La pregunta es, ¿hasta qué punto son procesadas estás variables por el ser humano?

Cualquiera que haya estudiado música en términos académicos se percatará que toda la enseñanza requiere del lenguaje natural. Esto explica, en parte, la implicación del hemisferio izquierdo por parte de los músicos. Podría decirse que un sujeto “sin escolarizar” escucha la música sin más; presta atención al modo y al tempo, a las notas y su distribución temporal, la emoción que transmite y su relativa consonancia. Así puede configurar una opinión sobre si le gusta o no desde la conciencia. Parece que en los no-músicos estas tareas pertenecen e involucran al hemisferio derecho, desde su holismo y sus componentes emocionales.

En los músicos, esa percepción es muy diferente. Ellos perciben que un determinado tema es un adagio compuesto en Re menor (y que por tanto, las probabilidades de que suene melancólico aumentan). Detallan que se trata de una serie de cuartas (Re menor – Sol – Do – Fa – Si bemol – Mi menor – La menor – Re menor) que se distribuyen en un compás de tres por cuatro a un determinado tiempo de negra. Todas estas informaciones y muchas otras, se procesan desde el hemisferio izquierdo de manera automática con intervención del lenguaje natural.

Los primeros intentos de modelización ya se han llevado a cabo por Peretz, Champod y Hyde (2003). Las autoras proponen que el input musical se procesa a través de una dimensión melódica definida como “variaciones secuenciales en tono” y que analiza el contorno, la escala y la tonalidad frente a una dimensión temporal definida como “variaciones secuenciales en duración” que se encarga del análisis de la métrica y el ritmo.

Ambas rutas, como se observa en la figura 1, envían su output al “repertorio”, concebido como un sistema de representaciones que poseen todos los sujetos. Allí se encuentran almacenadas las piezas musicales que se han oído durante la vida. Puede darse el caso de que se activen las representaciones léxicas de la letra que acompaña a la música (y que ha sido analizada por otro sistema) para que ambos output, el del repertorio y el de las representaciones léxicas, accedan al título de la obra mediante memoria asociativa, consiguiendo así el reconocimiento.

También se deja un hueco a la emoción dentro del modelo, dejando que ambas dimensiones (melódica y rítmica) analicen en cada caso el Modo y el Tempo que propicia, según las autoras, un reconocimiento emocional de la obra.

En el ámbito biológico, por fenómenos de plasticidad, la práctica reconfigura la anatomía de las áreas cerebrales implicadas. Esto explicaría las diferencias anatómicas tanto en lóbulo temporal, como en áreas motoras, cuerpo calloso y cerebelo. El exhaustivo entrenamiento, continuado en el tiempo desde los cuatro o cinco años hasta la madurez cerebral configura el procesamiento específico que llevan a cabo. Roederer (1929) señaló que todos los indicios apuntan a que los músicos configuran sus cerebros mediante la práctica para percibir la música en relación con sus intervalos. Por otro lado, los no-músicos percibirían más la cualidad de las notas o acordes sueltos que la relación entre ellas.

Los actuales hallazgos desde las neurociencias han reabierto el debate sobre las diferencias estructurales y funcionales provocadas por la plasticidad cerebral que están relacionadas con las habilidades musicales. De su análisis, que se expone a continuación, se propondrán mejoras de los escasos modelos propuestos en la literatura como el de Peretz, Champod y Hyde (2003), ya comentado brevemente, y posibles contribuciones futuras a una exhaustiva modelización de la actividad musical humana.

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Puede consultar el artículo completo en:
Ruiz Sánchez de León, J. M. y González Marqués, J (2005). Anatomía, funcionalidad y plasticidad cerebral de músicos y no-músicos. Revista de Psicología General y Aplicada, 58(1), 35-49.

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